El poder simbólico tiene la ventaja en este siglo XXI de constituirse por enunciación, no por la fuerza física. Se basa en el disimulo, en la ocultación, en los discursos aparentemente inofensivos que buscan hacer ver y hacer creer en un mundo casi mágico.
El investigador y sociólogo francés Pierre Bourdieu, fallecido en el año 2002, trabajó profusamente los diferentes aspectos del poder. Entre sus aportes novedosos, propuso que el poder que logra imponer significados aumenta su fuerza. El poder simbólico se apropia de los capitales sociales simbólicos, para reproducir sus principios dominantes como si fueran los principios de toda la sociedad. Ese poder simbólico desemboca en una violencia simbólica, que se ejerce sobre los agentes sociales con su complicidad. Bourdieu lo presenta como una realidad social, que se da en todos los campos no solo políticos, sino deportivo, religioso, artístico, lingüístico, cultural y hasta científico.
La violencia simbólica de Bourdieu constituye, siempre según su análisis, una forma de reproducción social para mantener el orden. Pero siempre debe haber complicidad de los individuos en los cuales se ejerce esa violencia simbólica. Así, sus ideas se acercan a la servidumbre voluntaria de Étienne de la Boétie, quien en el año 1548 alertó sobre la pasividad ciudadana que permite la costumbre, como la manera más fácil de sostener a las tiranías.
Pierre Bourdieu plantea que los instrumentos de conocimiento y comunicación, se constituyen en sistemas simbólicos estructurados. Entonces, el poder simbólico hace uso de ellos para construir una realidad que no es tan real, sino conveniente. De lo que se trata es más bien de un sentido inmediato del mundo social. Aquí se logra un poco de “conformismo lógico”, como lo definió el también sociólogo Émile Durkheim en el siglo XIX. Los símbolos, anota Bourdieu, son los instrumentos por excelencia de la integración social. En consecuencia, la dominación de una clase social sobre otra, o de una casta política sobre el resto de la sociedad por medio de los instrumentos de conocimiento y educación, constituyen la mejor forma de violencia simbólica. Este impulso contribuye de una manera decisiva a la “domesticación de los dominados”, como la definió el alemán Max Weber.
El investigador nos hace ver que el campo de la producción simbólica “es un microcosmos de lucha simbólica entre las clases”. En ese terreno se toman posiciones ideológicas y sociales, se lucha por conflictos simbólicos en la vida cotidiana y se trata de inculcar, por medio de la violencia legítima del estado, modos de expresión arbitrarios. Se trata de imponer la legitimidad de una dominación, de una ideología.
La violencia simbólica, como su nombre lo indica, no está representada en la violencia tradicional que conocemos, en la cual el uso de la fuerza es necesario. Al contrario, este novedoso concepto de Bourdieu tiene que ver con mensajes, creencias, normas, y matrices de opinión que bien manejadas, o manipuladas, sirven para generar una situación de poder que todo el mundo acepta. Podemos pensar en el racismo, sexismo, patriotismo, y una cantidad de “ismos” interminables, que solo revelan una posición dominante de exclusión. En esos casos se ve una arbitrariedad cultural, que trata de imponer por medio de símbolos una doctrina o ideología. El problema es que, al tratar de ser inclusivos, se puede caer fácilmente en la exclusión y discriminación. Ejemplos tenemos muchos. La discriminación positiva es, si la analizamos bien, tan dañina como la discriminación negativa. Lo que pasa es que la negativa es evidente y la positiva es simbólica.
Para Bourdieu, el poder es como una presencia ineludible. Es como la fuerza de la gravedad que está siempre presente, aunque no la veamos. Esa presencia del poder se traduce en una relación de fuerzas que trata de imponer significados. Imposición que aparece como legítima “disimulando las relaciones de fuerza, en que su funda su propia fuerza”. Es aquí donde se oculta el poder. El investigador nos recuerda que “las ideologías están doblemente determinadas”, y afirma que responden únicamente a los intereses de la clase, partido o casta que representan. Nunca a la integración de la sociedad. Producción ideológica y lucha de clases, anota Bourdieu, están homologadas irremediablemente.
El poder simbólico tiene la ventaja en este siglo XXI, de constituirse por enunciación, no por la fuerza física. Se basa en el disimulo, en la ocultación, en los discursos aparentemente inofensivos, que buscan hacer ver y hacer creer en un mundo casi mágico. Es casi como la neo lengua de Orwell, que trata de cambiar la historia e identidad de un pueblo a través de las palabras. De esa manera se obtiene lo mismo, pero mucho más suavemente y sin trauma, que lo que se obtiene por la fuerza física o económica. Es una forma transformada e irreconocible, o sea transfigurada y legitimada, “sin gasto aparente de energía”, de las otras formas de poder tradicionales. Reflexionemos a ver si hemos encontrado en nuestras vidas cotidianas, aunque sea muy disimuladamente, algunas muestras del poder simbólico de Bourdieu.
Fuente: El Universal